Imágenes cargadas de erotismo le daban vueltas en la
cabeza cuando se despertó. Abrió los ojos y la excitación que le palpitaba en el sexo se hizo más intensa cuando notó el brazo que tenía debajo de los pechos y el aliento cálido que le acariciaba la cabeza. ¡Era Pedro! Estaba tan húmeda que parecía como si él estuviese dentro todavía y revivió las imágenes del sueño hasta el último detalle. Entonces, se dio cuenta de que no era un sueño, sino recuerdos.
Se cercioró de que estaba completamente dormido y se
deleitó con la sensación de estar entre sus brazos. Esbozó una sonrisa. Soltó el aliento, hipnotizada por el atractivo rostro que iluminaba la luz de la mañana. Tardó un rato en volver a respirar al ver la incipiente barba, los mechones que le caían por la frente y ese magnífico cuerpo desnudo.
Era el hombre más hermoso que había visto, y había sido
suyo durante la noche más desenfrenada de su vida. Hizo un
esfuerzo para mirar a otro lado y levantarse con mucho cuidado para no despertarlo.
La noche había terminado y tenía que volver a su casa. Él le
había preguntado si quería prolongar la aventura, pero por
mucho que anhelara despertarlo y aceptar la oferta, no iba a
hacerlo. No podía arriesgarse. Le gustaría creer que podía ser sensata y limitarse a disfrutar del sexo increíble de verdad durante la semana siguiente, pero no se fiaba de sí misma. Esos vuelcos absurdos que le daba el corazón de vez en cuando eran la prueba de que su tendencia a engañarse seguía casi tan viva como hacía nueve meses.
Además, no estaba dispuesta a tentar al destino con alguien tan devastador como Pedro Alfonso. Era una cobardía penosa, pero podría vivir con ella. Sin embargo, no podría vivir con la idea de hacer el ridículo otra vez con otro hombre que no podía ofrecerle nada. Aparte de sexo increíble de verdad, claro.
Recogió la túnica y la ropa interior y decidió que no se
dejaría llevar por esa idea. Sin embargo, no pudo resistir la
tentación de volver al lado de la cama para mirarlo mientras se vestía. Se sentó en la butaca para ponerse las lujosas medias de seda que le había regalado y pensó que Pedro, al contrario que los demás hombres que había conocido, no parecía más vulnerable cuando estaba dormido. ¿Era parte de su atractivo? Al revés que ella, parecía muy seguro de sí mismo. No había perdido la seguridad ni cuando hacía el amor, ni en la cúspide de la pasión.
Se levantó, se alisó la túnica, se inclinó y lo besó levemente
en la mejilla.
–Adiós, Pedro –susurró.
Luego, se marchó apresuradamente y haciendo un esfuerzo
descomunal para no pensar en que echaría de menos la Navidad
****
Oyó que llamaban a la puerta y la plumilla soltó un borrón
en la nariz del Santa Claus que estaba dibujando. Soltó un
improperio y dejó la plumilla al lado del caballete. Había tirado por la borda dos horas de trabajo, pero era su culpa.
No debería haber intentado dibujar las felicitaciones de Navidad ese día.
Estaba alterada desde que volvió del West End y las hormonas no se apaciguaban por mucho que lo intentara.
Llamaron a la puerta otra vez. Se limpió las manos con un
paño, se levantó, salió del dormitorio y cruzó la diminuta sala
sofocando implacablemente la esperanza de que fuese Pedro. Ni siquiera sabía dónde vivía. Además, no quería verlo. Ya tenía bastante con el maremoto de endorfinas que le había causado y no quería que lo aumentara. Quitó el pestillo y abrió la puerta.
–¿Qué tal? –Nadia sonrió y le enseño una bolsa de la
pastelería que había debajo de su casa–. He traído unos bollos de manzana para sobornarte y que me hables de tu nuevo hombre mientras tomamos café.
No esperó a que ella dijera nada y se dirigió animadamente
a la cocina. Paula contuvo un gruñido. Lo que menos le apetecía era revivir su noche desenfrenada con Pedro Alfonso.
–No es mi nuevo hombre –farfulló mientras la seguía a la
cocina–. Además, es casi la hora de almorzar –añadió para
intentar cambiar de conversación–. Los bollos nos quitarán el
apetito.
Nadia se rio mientras sacaba el bote de café de la nevera.
–Estás muy gruñona esta mañana –Nadia miró a Paula y
esbozó una sonrisa muy elocuente–. ¿No será porque anoche dormiste muy poco? –preguntó.
Paula suspiró y se dio por vencida. Conocía a Nadia y eran
amigas íntimas desde el colegio. Le encantaban las confidencias y las conversaciones de chicas. Además, era como un perro de presa cuando se trataba de hablar de sexo. No soltaría el asunto de la noche desenfrenada hasta que supiera todos los detalles más jugosos.
–Muy bien –Paula agarró el hervidor de agua y lo llenó en el
fregadero–. Pasé una noche de desenfreno con Pedro Alfonso.
–Lo sabía –aseguró Nadia con júbilo.
–¿Por qué? –preguntó Paula mientras ponía el hervidor de
agua en la plataforma y la encendía.
–Veamos –contestó Nadia mirando el rostro sonrojado de
Paula–. Aparte de que tienes la barbilla irritada por el roce de
una barba incipiente, la mirada velada indica que tus hormonas femeninas recobraron la vida anoche.
–Entiendo –murmuró Paula fastidiada por el recordatorio.
Sus hormonas femeninas no habían respondido como ella
había esperado cuando dejó a Pedro esa mañana, y el comentario de Nadia no le ayudaba a meterlas en vereda.
–Dime una cosa –Nadia vertió el agua hirviendo en el café
molido–. ¿Ese chico es tan malo, tan disparatado y tan peligroso como recuerdo?
Paula sacó la botella de leche de la nevera.
–Desde luego, ya no es un chico.
Nadia soltó un grito de alegría y puso los dos bollos en un
plato.
–¡Aleluya! –levantó su taza y la chocó con la de Paula–. Ya
era hora de que encontraras un hombre que sabe lo que hace.
Nadia tomó el plato, llevó a Paula a la sala y se sentaron en
el sofá.
–Entonces, las Navidades se animan, ¿no? Ya no te
preocupará acordarte del innombrable –añadió refiriéndose a
Lucio–. Ya tienes un hombre de verdad al que acurrucarte la
mañana de Navidad.
Paula dio un sorbo de café y miró a Nadia por encima del
borde de la taza.
–No exactamente –contestó preparándose para lo
inevitable.
–¿Por qué no exactamente? –preguntó Nadia frunciendo el
ceño.
–Fue un trato de una noche, estrictamente.
–¿Quieres decir que no quiere repetir? ¿Por qué? ¿Le pasa
algo?
Nadia lo dijo con tanta indignación que ella estuvo a punto
de no reconocer la verdad. Podía dejar que Pedro cargara con toda la culpa… Desgraciadamente, el remordimiento hizo que se sonrojara, y Nadia frunció el ceño con recelo.
–Espera un segundo, no es por él –Nadia la señaló
acusadoramente con un dedo–. Es por ti, ¿verdad? Por favor, dime que no sigues esperando a ese majadero de Lucio.
–No, es que… –Paula vaciló. ¿Cómo podía explicarle su
cobardía a Nadia?–. Pedro propuso que siguiéramos la aventura hasta que se marche, el día de Año Nuevo, pero yo no quiero.
–A ver si lo entiendo –Nadia levantó una mano y entrecerró
los ojos–. ¿Él te ofreció doce días de sexo increíble de verdad y tú lo rechazaste?
Paula, incómoda, se movió en el sofá. Ni siquiera había
tenido el valor de rechazarlo, pero no hacía falta que se lo
reconociera a Nadia.
–Nadia, no estoy preparada para algo así.
–Pero hace nueve meses que te deshiciste de ese
embustero y…
–Me he acostado con dos hombres en mi vida –le
interrumpió ella para no oír una perorata contra Lucio–. Bueno, tres, pero no estoy segura de…
Paula no siguió con la vacilante explicación al ver que Nadia
apretaba los dientes.
–¿Qué pasa? ¿Por qué pareces tan furiosa?
–Estoy imaginándome lo que le haría a ese cretino. Esto es
culpa suya –gruñó Nadia.
–No es su culpa –Paula suspiró–. Me olvidé de él hace
meses.
La verdad era que había sido fácil olvidarse de Lucio. Sin
embargo, le había costado mucho más olvidarse de los sueños de llevar una vida apacible con un hombre que la amara. Algo que su madre no había conseguido nunca. Ella había elegido a Lucio porque estaba a mano y le había parecido que él quería lo mismo. Nunca tuvieron una relación profunda. Había tomado la tibia atracción que sentía hacia él, la había mezclado con el anhelo de comprometerse con un hombre que no incumpliera sus promesas y había conseguido que su relación fuese algo que no había sido en realidad.
–Esto se remonta a más atrás –reconoció Paula–. Lucio
solo fue el detonante para que me diera cuenta de algo que no había querido reconocerme durante años.
–¿De qué? –preguntó Nadia, que no podía seguir las explicaciones de Paula.
–¿Te acuerdas de cómo me creía siempre las mentiras de mi padre? ¿Te acuerdas de lo que me emocionaba que me dijera que iba a llevarme al zoológico o al cine? Me convencía de que esa vez sería distinto, pero me quedaba desolada cuando él no aparecía.
–Tú no tienes la culpa de que tu padre también fuese un
cretino.
–¿Y David? ¿Te acuerdas de él? Aquel amor de mi vida en la escuela de arte al que resultó que no le interesaba lo más
mínimo. ¿No ves una pauta? ¿No ves que tiene que ver conmigo tanto como con ellos?
–¿Qué pauta?
–Siempre he sido muy crédula. Muy fácil de engañar por la
más mínima muestra de afecto.
–No eres crédula –Paula le tomó las manos–. Eres optimista
y bien pensada. Eso no es un delito.
–Es como si siempre acabara dejando que me hagan daño…
No quiero tentar al destino con alguien como Pedro Alfonso.
–Mierda –Nadia sacudió la cabeza–. Es una pena cuando es
tan bueno en la cama.
Paula sonrió a su amiga.
–Es demasiado bueno. ¿Cómo puedo estar segura de que no empezaré a sentir algo más que una atracción sexual por él? Sería una sobredosis de sexo increíble de verdad, y antes de que me diera cuenta estaría haciéndome otra estúpida fantasía que acabaría corroyéndome por dentro.
Nadia levantó las manos con un gesto de desesperación.
–Espera un segundo. ¿Quién dice que no pueda llevar a algo más? Cosas más raras se han visto. Mira Terrence y yo. Nos odiábamos en el colegio y ahora estamos prometidos.
Nadia y Terrence no se habían odiado en absoluto, solo se
negaron a reconocer la atracción durante años, algo que todos sus amigos habían sabido mucho antes que ellos.
–¿Quién está siendo la romántica incorregible? –preguntó
Paula arqueando las cejas–. Aparte, Pedro vive en otro país –al menos, eso había dado por supuesto porque no lo habían comentado durante su maratón sexual–. No estamos hablando de Terrence, sino de Pedro el Hacha. ¿Sabes cuántas novias tuvo en el colegio? Yo, sí. Fue mi primer flechazo de verdad –en realidad, había sido su único flechazo–. Cada semana tenía una chica distinta colgada del brazo.
Cada semana había sufrido como solo podía sufrir una chica
de trece años porque aquella chica que iba de su brazo no era ella. Era una necia con los hombres ya desde entonces.
–De acuerdo –Nadia tomó la taza entre las manos y frunció
ligeramente el ceño–. Reconozco que no es posible que sea
duradero, por como era en el colegio, pero la gente cambia.
–Él no ha cambiado –aseguró Paula al acordarse de que le
había preguntado si se había acostado con ella.
–Es posible, pero sí me acuerdo de una cosa –contraatacó
Nadia–. Siempre tuvo mucho cuidado de no salir con más de
una chica a la vez. Nunca fue tramposo.
–¡Fantástico! –Paula resopló–. Es un monógamo en serie.
¿Y qué? Sigue siendo demasiado peligroso para que tenga algo que ver con él en este momento. Estoy intentando sofocar mis sueños y tengo que ser responsable. Tengo que tomar medidas, tengo que cerciorarme de que solo tengo sueños realistas.
–¡Sueños realistas! ¿Te parece divertido? A mí me parece
más aburrido que los seminarios sobre la Biblia de mi tía
Chantelle.
–Lo divertido de los sueños realistas es que puedes tener la
esperanza de que se hagan realidad.
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