viernes, 1 de enero de 2016
CAPITULO 7
–¿Preparada para tu bombón? –preguntó él con voz ronca
mientras cerraba la puerta de la suite.
Ella se rio con la adrenalina y el deseo recorriéndole las
venas y él la estrechó contra sí empujándola suavemente contra la pared.
–Sí, por favor –contestó ella con los dedos entre su pelo
ondulado.
No podía pensar, solo sentir y disfrutar. No podía relajarse
cuando estaba a punto de explotar.
Durante el camino de vuelta se habían besado y acariciado
hasta que el deseo alcanzó el punto de ebullición, pero las
caricias, con la ropa puesta, habían sido tan frustrantes como excitantes.
La besó en el cuello mientras le separaba las solapas del
abrigo, le acariciaba las caderas y le levantaba la túnica para
tomarle el trasero entre las manos y frotarle la protuberancia
que tenía debajo de los vaqueros contra el abdomen.
–Tienes demasiada ropa.
Paula introdujo las manos dentro de su cazadora de cuero,
le levantó el borde del jersey y por fin le tocó la piel desnuda.
–Tú también –gimió ella.
Le pasó la yema de los dedos por el vello de los abdominales, que era como terciopelo sobre acero. Él se
estremeció, resopló y retrocedió un paso.
–Habrá que remediarlo.
Se quitó la cazadora y la tiró al suelo. Luego, agarró el abrigo de ella, que se dio la vuelta para ayudarle a quitárselo. Se deshizo del jersey y ella, maravillada, se quedó mirando fijamente sus hombros, los músculos pectorales perfectamente definidos del pecho y la línea de vello que le bajaba por el abdomen hasta desaparecer por debajo de la hebilla del cinturón. Contuvo la respiración. Era un torso impresionante. Lo observó mientras, a la pata coja, se quitaba una de las botas.
¿Qué estaba haciendo ella? También debería desvestirse.
Se quitó las botas con los pies y agarró el borde del vestido justo cuando la segunda bota de él caía al suelo. Sin embargo, él le sujetó la muñeca antes de que la túnica pasara de la cintura.
–No.
–¿Qué pasa?
¿Acaso no quería que se desnudara? Él dejó escapar un
improperio en voz baja y solo pudo articular una palabra.
–Dormitorio.
La llevó por al pasillo y abrió la puerta de una habitación
enorme, lujosamente decorada y con una cama inmensa en el centro. La soltó, fue hasta la mesilla, rebuscó en el cajón y tiró una caja envuelta en celofán sobre la colcha dorada.
–Preservativos –comentó él–. Me ha parecido que tenía que
encontrarlos antes de que perdiera la capacidad de pensar.
Ella sonrió complacida porque estaba tan ansioso como ella.
Sin embargo, cuando iba a quitarse la túnica otra vez, él cruzó la habitación y la agarró de las muñecas.
–No, espera. No hay prisa. Déjame a mí.
–De acuerdo –concedió ella sintiendo una extraña opresión
en el pecho.
Él tomó el borde de la túnica con las manos y la levantó
hasta pasarla por encima de su cabeza.
Ella contuvo el aliento cuando vio que sus ojos tenían un
brillo color esmeralda. La miró de arriba abajo como si la
acariciara y dejó un rastro abrasador desde las mejillas hasta la punta de los pies, pasando por los pechos y el sexo.
Luego, metió los pulgares por debajo de los tirantes del sencillo sujetador de algodón y se los bajó. Los pezones se le endurecieron mientras él le sacaba los pechos para mirárselos con deleite.
–Eres perfecta –murmuró Pedro.
La opresión del pecho le atenazó el corazón. Nadie había
pensado que fuese perfecta, y mucho menos se lo había dicho.
Él le rodeó la cintura con los brazos y la abrazó besándole los hombros mientras soltaba el cierre del sujetador y también lo tiraba al suelo. La miró a los ojos pasándole los pulgares por los pezones antes de inclinarse para tomárselos con los labios.
Paula introdujo los dedos entre su pelo y se arqueó
arrastrada por sensaciones incontenibles. Él le succionaba y
lamía un pezón con avidez mientras le acariciaba el otro pecho con la mano. Ella jadeó y se retorció. Al parecer, no era diestro solo con los dedos. Nunca se había dado cuenta de que fuese tan sensible ahí y empezaba a derretirse entre los muslos.
De los pezones le brotaban chispas, se le extendían por los
pechos y acababan concentrándose en el sexo. Cerró los ojos y las piernas le flaquearon como fideos cuando él le tomó el otro pecho con la boca. Dejó de acariciarle para quitarle a tirones las bragas y las medias antes de que su boca volviera a adueñarse de sus pechos. Además, una mano descendió entre los rizos que le cubrían la unión de los muslos. Le acarició los pliegues durante unos segundos agónicos con la yema de un dedo y acabó alcanzando el centro de su ser. Gritó y se cimbreó en una explosión de anhelo que la devastaba mientras él seguía frotándole el abultamiento. Le clavó la uñas en los hombros para sujetarse cuando la oleada de placer la dejó inerte como
una muñeca de trapo. Él se inclinó para levantarla y echársela a un hombro.
–Vamos, Paula –dijo él dándole un azote en el trasero–. Ha
llegado el momento de ir a la cama.
En la cama, lo observó quitarse los vaqueros y los
calzoncillos. Abrió los ojos como platos al mirar la impresionante erección que le rozó el muslo cuando se tumbó a su lado. Como si fuera un sueño, no pudo evitar la tentación de pasarle una uña por la punta. El miembro, como si tuviese vida propia, se irguió hacia ella.
–Tú también eres perfecto –susurró ella.
Una mezcla de euforia y excitación le atenazaba el corazón
y, por primera vez en su vida, se dejó llevar por el instinto.
Las endorfinas del reciente clímax hacían que anhelara darle tanto placer como él le había dado a ella. Le recorrió la hilera de vellos con la punta de un dedo y tomó el miembro turgente con la mano. Era duro y suave. Lo empujó hasta que estuvo tumbado de espaldas y empezó a besarle el magnífico pecho. Él le acarició la nuca mientras ella seguía descendiendo y le lamía el abdomen y el ombligo. Los músculos del vientre se le contrajeron cuando encontró la imponente erección por fin. Le lamió toda la extensión como si fuese un helado y se introdujo el abultado vértice entre los labios.
Él se estremeció, le tomó las mejillas entre las manos y la
apartó antes de sentarse. Ella se arrodilló sonrojada.
–Lo siento, ¿no te ha gustado?
Lucio siempre le había dicho lo que tenía que hacer y no
soportaba que ella tomara la iniciativa. ¿Por qué era tan torpe con el sexo?
–¿Estás de broma? Me ha encantado –contestó él
pasándole una mano por el hombro para acercarla–. Pero
tendremos que dejar eso para más tarde o no aguantaré.
–Ah, entiendo.
Ella seguía sintiéndose torpe, pero también absurdamente
aliviada. Al fin y al cabo, no lo había hecho mal. Él se giró un
poco, tomó la caja de preservativos, la abrió y vació el contenido sobre la colcha. Agarró uno de los envoltorios y le dio vueltas.
–Alguien debería decirle al fabricante que los envuelven
demasiado –farfulló antes de rasgarlo con los dientes.
–¿Te importa si te lo pongo yo? –preguntó ella con unas
ganas irresistibles de tocarlo otra vez.
–Claro que no –contestó él con una sonrisa–. Todo tuyo.
Se tumbó de espaldas con los brazos detrás de la cabeza y la miró con unos ojos tan cargados de deseo que a ella se le
aceleró el corazón. Paula, con el preservativo entre los dedos, suspiró por la excitación y el nerviosismo. Se deleitó con su magnífico cuerpo cubierto por pequeñas matas de vello y el corazón se le subió a la garganta al fijarse en la imponente evidencia de lo mucho que la deseaba. Era todo suyo esa noche, y no quería estropearlo. Esa vez quería sexo increíble de verdad.
–Paula, me espanta meterte prisa, pero si sigues
mirándome así, no me hago responsable de mis actos.
La sensual amenaza hizo que ella sonriera. Le desenrolló el
preservativo a lo largo del miembro erecto y se sintió más
confiada cuando él contuvo el aliento y los músculos del vientre se le contrajeron. La agarró de los hombros y quiso tumbarla para ponerla debajo.
–¿Puedo ponerme encima? –preguntó ella.
–Desde luego –él se rio y le tomó la cara entre las manos–.
Me encanta obedecer a una mujer que sabe lo que quiere.
Volvió a tumbarse y le agarró del trasero mientras se
arrodillaba encima de él y de su formidable erección.
–Móntate, bombonaza.
Ella se rio y el piropo hizo que se olvidara de la poca
inhibición que le quedaba. Dirigió el poderoso miembro hacia la abertura y descendió. Era mayor de lo que había esperado y se mordió el labio inferior mientras intentaba bajar las caderas, pero el placer se desvanecía, la penetración era excesiva, parecía como si fuera a desgarrarla.
–No puedo…
–Relájate. Calma. Estás tensa.
Él se incorporó un poco, hasta que pudo tomarle los pechos
con los labios mientras le acariciaba el sexo con los dedos.
El placer volvió a adueñarse de ella y empezó a contonear las caderas para aliviar la presión y para recibirlo cada vez más dentro. Echó la cabeza hacia atrás maravillada por la capacidad instintiva de controlar la penetración y se agarró a sus hombros.
–Muy bien, Paula.
Él apartó la cabeza del pecho sin dejar de estimularle el
clítoris mientras le rodeaba el trasero con el otro brazo para
imponer un ritmo devastador.
–Otra vez, cariño, ya está casi.
Ella descendió y por fin lo tuvo completamente dentro. La
enorme erección le alcanzó un punto muy profundo y la oleada de placer se convirtió en un maremoto descontrolado.
La respiración entrecortada de él era casi ensordecedora
mientras lo cabalgaba frenéticamente. Las contracciones le
atenazaron las entrañas durante lo que le pareció una eternidad y gritó para celebrar la felicidad por esa cabalgada desbocada. Él también gritó mientras se liberaba y ella se precipitó por un abismo deslumbrante.
Se derrumbó encima de él, lo tumbó de espaldas y sus
cuerpos sudorosos e inertes quedaron entrelazados encima de la cama. La abrazó y su risa profunda y satisfecha la acarició el lóbulo de la oreja.
–Paula, ha sido… –él hizo una pausa mientras le acariciaba
la espalda con la inmensa y palpitante erección todavía dentro de ella– ha sido increíble.
A ella le dio un vuelco el corazón con una sensación de
triunfo resplandeciente.
–No –replicó ella con una sonrisa de satisfacción–, ha sido
increíble de verdad.
Él le apartó el pelo de la cara con una sonrisa que le recordó
al secreto que compartieron una vez en una escalera.
–Sí, increíble de verdad –confirmó él.
El corazón a Paula se le salió del pecho.
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