viernes, 1 de enero de 2016

CAPITULO 8




–Despierta, han traído la cena.


Paula abrió los ojos y vio a Pedro sentado en el borde de la
cama mientras le acariciaba una mejilla. Llevaba un albornoz del hotel, y se le veían algunos vellos del pecho. Sintió un cosquilleo en la piel. También sintió una inflamación desconocida entre los muslos y recordó lo que le había hecho, lo que se habían hecho.


–¿Me he quedado dormida?


Solo se acordaba de que estaba entre sus brazos, saciada y
sintiéndose como no se había sentido jamás con su erección
decreciente apoyada en el trasero y sus manos en el abdomen.


–Nos hemos quedado dormidos los dos –contestó él
acariciándole los pechos con suavidad–. Es lo que pasa con el sexo increíble de verdad.


Ella se estiró, contuvo un bostezo y disfrutó de la sensación
de triunfo. Había sido increíble de verdad, pero captó el olor a estragón y carne asada y el estómago le rugió sonoramente. Se sonrojó y él se rio.


–El sexo increíble de verdad también da hambre.


Ella se apoyó en los codos mientras él se levantaba y
cruzaba la habitación.


–He pedido un delicioso plato de pollo francés para que nos
dé fuerzas –siguió él mientras tomaba otro albornoz de una
butaca.


Paula sonrió. Quería que ella tuviera fuerzas y eso parecía
prometedor.


–Sin embargo, antes tienes que ponerte esto –le entregó el
albornoz–. Si no, podría devorarte a ti en vez de la comida.


–¿Qué hora es? –preguntó ella mientras se ponía el
albornoz.


Él se puso detrás, le ató al cinturón y la abrazó con la
barbilla encima de su cabeza.


–Casi las once.


¡Había dormido tres horas! Se soltó de su abrazo y se dio la
vuelta con cierto temor. ¿Querría que se fuese a su casa? 


No sabía qué se hacía en las aventuras de una noche, pero tenía la sensación de que sería raro que se quedara hasta la mañana siguiente.


–Vaya, eres vegetariana, ¿verdad? –preguntó él con el ceño
fruncido.


–No, yo…


Él le tomó la barbilla frunciendo más el ceño.


–Entonces, ¿qué pasa?


Ella tragó saliva. Podía preguntarlo, tenía derecho a saberlo.


–¿Qué vamos a hacer después de la cena?


–Después de la cena… –él la agarró de las caderas y la
estrechó contra sí–. Había pensado que podríamos aprovechar el hidromasaje que hay en el dormitorio principal. Si tenemos en cuenta lo que cobran en este hotel, no le he sacado ningún partido. Luego –hizo una mueca cómica– había pensado que mucho más sexo increíble de verdad no estaría mal. Si no estás dolorida, claro –añadió con seriedad–. No era broma cuando dijiste que era largo para ti, ¿verdad?


La excitación se adueñó de ella, aunque un poco mitigada
por la preocupación que vio en sus ojos. Siempre había pensado que era peligroso, y lo era, pero ¿cómo podía haberse imaginado que sería un amante tan formidable?


–No estoy dolorida –dijo ella sin contestar a su pregunta.


Le apoyó las manos en el pecho y notó que tenía el corazón
tan acelerado como ella.


–Sin embargo, es posible que todavía tengas que convencerme –siguió Paula en tono provocador y tentándolo como si fuese lo más natural del mundo.


–No te preocupes, pienso hacerlo –él le tomó una mano y se
la besó antes de que el estómago le rugiera–. Sin embargo, será mejor que comamos antes. Creo que lo necesitamos, por el vigor…


Los placenteros pensamientos sobre lo que se avecinaba le
disiparon cualquier duda mientras la llevaba a la sala de la suite.


Sin embargo, vaciló cuando vio la mesa con platos de porcelana con reborde dorado y una tapa de plata, una botella de champán en un cubo con hielo y una vela encendida que iluminaba la escena con la ayuda del fuego de la chimenea. Era una escena muy romántica. Apoyó los codos en la mesa e hizo un esfuerzo para no darle demasiadas vueltas mientras admiraba su atractivo rostro a la luz de las llamas. Era suyo solo por una noche y no quería más. Una noche de sexo increíble de verdad que no iba a estropear, como había hecho muchas veces, con vanas esperanzas de amor.



****


Pedro la observó lamerse la salsa de estragón del labio
inferior y sintió la punzada en las entrañas que ya conocía muy bien. Para pensar en otra cosa, intentó concentrarse en la pechuga del pollo, pero el problema era que no tenía hambre de comida y que dominar el hambre que tenía de Paula Chaves estaba resultándole más complicado de lo que había previsto.


Después de despertarse con ella entre los brazos, se había
torturado durante veinte minutos con sus abundantes pechos, que subían y bajaban debajo de su brazo, con su suave trasero contra la incipiente erección y recordando hasta el más mínimo detalle lo que habían hecho.


Recordó sus magníficos pechos cuando le quitó el sujetador,
los pezones grandes, sonrosados y duros entre sus dientes.
Recordó sus mejillas, sus labios ligeramente separados y sus jadeos cuando le introdujo los dedos en la abertura húmeda y cálida. Recordó su cuerpo inerte sobre su hombro después del orgasmo. Recordó sus labios carnosos que le acariciaban el miembro turgente. Nunca había visto nada tan erótico, y había tenido que detenerla antes de que explotara como un cohete.


Sin embargo, se arrepintió inmediatamente en cuanto vio que el pánico y la inseguridad borraban la excitación de sus ojos.


Nunca había conocido a ninguna mujer que fuese tan
naturalmente seductora, que pudiera volverlo loco de lujuria
solo con respirar y que, sin embargo, fuese tan insegura. 


Solo podía explicárselo porque algún hombre la había tratado mal.


Mientras la escuchaba dormir y contenía la necesidad de
despertarla, sintió que la curiosidad y la rabia aumentaban.


Paula Chaves era sexy y dulce, justo lo que necesitaba
después del período de sequía. Había pasado demasiados meses dedicado a la dirección de su empresa, más concretamente, buscando la mejor manera de romper los vínculos que le quedaban con su exesposa, y su vida sexual se había resentido.


Ya no era tan promiscuo como cuando era más joven, pero
tampoco soportaba bien unos meses de abstinencia. Una
prueba era su reacción desmedida y explosiva con Paula. 


Que ella fuese la antítesis de las mujeres que solía elegir, quienes estaban tan curtidas como él en la cama, era el único motivo para que la encontrara tan cautivadora y tan estimulante. Sin embargo, eso no significaba que tuviera que satisfacer su curiosidad por su pasado.


Se trataba se enmendar los errores del pasado, y su
matrimonio había sido el mayor de todos. Si se metía en una
relación con alguien, tiraría por tierra todos sus propósitos.


Pensaba disfrutar esa noche y quería que Paula también
disfrutara. A juzgar por su conmovedora inseguridad cuando
hicieron el amor, creía que antes no había disfrutado mucho del sexo. Quizá fuese una arrogancia por su parte, pero si bien nunca había sabido lo que querían las mujeres en el terreno sentimental, y no pensaba aprenderlo, sí había llegado a saber lo que les gustaba en la cama. Estaba encantado de poder participar en la liberación sexual de Paula. Sobre todo cuando ella parecía dispuesta. No iba a arriesgarse a que pensara que era algo más haciéndole preguntas personales.


Sin embargo, dio un sorbo de champán y Paula lo miró a los
ojos. Captó la mezcla de deseo y reticencia en su mirada. Dejó la copa en la mesa y le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja.


–¿Qué te parece la comida?


–Deliciosa –contestó ella.


Sintió que algo le atenazaba las entrañas otra vez. Siempre
había tenido la mala costumbre de encontrar irresistible lo que estaba prohibido. Por eso se pasó una noche pintando el gimnasio del colegio y acabó detenido. Por eso fue incapaz de resistirse a la tentación de acostarse con la hija de su principal inversor unos años después y acabó atrapado en un matrimonio de conveniencia que le había dado infinidad de dolores de cabeza. Creía que había aprendido a dominar el impulso de hacer algo de lo que se arrepentiría. Sin embargo, cuando Paula volvió a mirar su plato, ese impulso se adueñó de su lengua
inesperadamente.


–Corrígeme si me equivoco, Paula, pero antes me dio la
sensación de que no tienes mucha experiencia con el sexo
increíble de verdad.


Paula levantó la barbilla atónita. ¿Tan evidente era?


–¿Por qué piensas eso? –preguntó ella entre risas y decidida
a echar un farol.


–No tienes que avergonzarte –contestó–. Me sorprende,
nada más.


Él se puso las manos detrás de la cabeza y se estiró mientras la miraba con detenimiento. La silla crujió, el albornoz se abrió y le mostró esos abdominales fascinantes. 


Ella tomó la copa de champán para no seguir esa hilera de vellos que acababa en algo más fascinante todavía.


–Eres una mujer hermosa y extraordinariamente
apasionada. ¿Me preguntaba por qué no te has dado ese gusto?


¿Había dicho que era extraordinariamente apasionada?


Estaba atónita y halagada. Nunca había tenido la culpa de que David y Lucio fuesen infieles, y ya tenía la prueba irrefutable.


Pedro Alfonso, con mucho más talento que ellos dos juntos, la encontraba hermosa y apasionada. La reciente afición a
coquetear se le despertó otra vez.


–Porque, naturalmente, tú serías un experto en eso –le
provocó ella para desviar la conversación hacia algo que no
fuese personal.


–¿Un experto en qué? –preguntó él arqueando una ceja.


–En dar gusto a una mujer extraordinariamente apasionada.


–Puedes estar segura –Pedro se levantó, la agarró de las
manos y también la levantó–. Sin embargo, creo que hay que dar mucho más gusto a tu apasionamiento, y esta noche estoy encantado de sacrificarme por la causa.


A ella se le alteró el pulso. Las Navidades pasadas se habría
enamorado fácilmente de un hombre tan imponente como Pedro Alfonso con menos que algunos halagos y sexo increíble de verdad.


Afortunadamente, en ese momento era mucho más pragmática.


Él no sabía nada de su pasado y tampoco podía saber cuánto significaba esa noche para ella.


–Es muy noble por tu parte –susurró ella contenta por haber
esquivado sus preguntas.


Le tiró del cinturón del albornoz hasta que se soltó y le tomó
el trasero entre las manos.


–Eso me parecía –replicó Pedro con un brillo en los ojos que
hizo que se derritiera.


Le bajó el albornoz y ella contuvo el aliento mientras caía al
suelo. Luego, soltó el aire cuando la tomó en brazos.


–Ha llegado el momento de que recibas la siguiente lección
–siguió él llevándola al cuarto de baño–. Sexo increíble de
verdad en el hidromasaje.


Paula le rodeó el cuello con los brazos y se rio dominada
por el deseo.



****


–Voy a tener que quedarme en Londres hasta Año Nuevo –
murmuró Pedro mientras le enjabonaba los pechos y le acariciaba los pezones con los pulgares–. ¿Tienes planes para las Navidades?


Un poco asombrada por la pregunta, se movió sobre su
regazo y notó la soberbia erección que tenía entre las piernas.


Después de haberse enjabonado, él le había pedido que se
sentara en el borde del hidromasaje para tomarla con la boca.


Nunca había sentido algo tan maravilloso en su vida. La destreza de su lengua al lamerle el clítoris pronto se hizo irresistible, pero cuando descendió de esa cumbre tan intensa, la satisfacción que vio en el rostro de él hizo que se sintiera algo vulnerable.


–¿Por qué lo preguntas?


No podía estar dando a entender lo que ella creía. ¿Iban a
alargar la aventura de una noche?


Él le pasó las palmas de las manos por los pezones
endurecidos y se rio cuando ella gimió.


–Porque quiero seguir jugando contigo mientras esté aquí.
Una noche no va a ser suficiente.


Ella captó otra vez el tono pagado de sí mismo y notó que el
corazón se le encogía.


–El agua está enfriándose –comentó ella bajándose de su
regazo.


Sin embargo, él la agarró de las caderas antes de que
pudiera salir de la bañera.


–¿Por qué no has contestado a mi pregunta?


Las ganas de aceptar su propuesta eran tan grandes que
supo que no podía ser una buena idea. Ya no era la ingenua que había sido. Había dado un giro irreversible los últimos diez meses. Había creído las promesas de su padre cuando era una niña y se había sentido desolada cuando no cumplió ninguna. Se había enamorado de David en la escuela de arte y él había acabado diciéndole que no era lo que estaba buscando. Peor todavía, había aceptado la petición de matrimonio de un hombre que le había sido infiel durante tres años.


Ya no era una pardilla, pero ¿estaba completamente
curada? ¿Quería poner a prueba ese escepticismo tan reciente con un hombre como Pedro Alfonso? Sobre todo, en Navidad, cuando perder el sentido de la realidad era casi un requisito. Se zafó de él y salió de la bañera.


–No me has contestado.


Ella se envolvió en una esponjosa toalla blanca.


–¿Por qué no hablamos de eso más tarde? No estoy segura
de lo que voy a hacer la semana que viene –se alegró de haber parecido tan despreocupada cuando no lo estaba–. Además, creía que me habías prometido más sexo increíble de verdad…


Oyó que él también salía de la bañera y tragó saliva al ver su
cuerpo desnudo y mojado en el espejo.


–¿Estás intentando que piense en otra cosa? –preguntó él
mientras se anudaba una toalla alrededor de la cintura.


–¿Estoy consiguiéndolo?


Él le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó de
espaldas contra su pecho.


–¿Tú qué crees?


Una oleada de anhelo le recorrió las venas al notar algo
duro y palpitante contra el trasero.


–Sí –murmuró ella.


Él le dio la vuelta y le agarró el borde de la toalla.


–Eres mucho peor de lo que me imaginaba.


–Según dijiste, lo malo es más divertido.


–Lo dije –la besó para distraerla y le bajó la toalla de un
tirón–. Sin embargo, de ahora en adelante hay reglas.


–¿Reglas? –ella le agarró con las dos manos el puño que le
sujetaba la toalla–. ¿Qué reglas?


–Para empezar… –él le agarró las dos muñecas hasta que lo
soltó y le quitó la toalla– quiero que estés desnuda.


–Muy bien –ella se soltó las manos–, pero resulta que creo
en los derechos de las mujeres –metió las manos por debajo de su toalla y la bajó–. Lo mismo se aplica para ti.


Él se rio sin ninguna vergüenza por la erección.


–Menos mal que yo también soy un firme defensor de los
derechos de las mujeres.


La agarró y se la echó a un hombro. Ella gritó y pataleó, pero
no se resistió demasiado al ver desde arriba su precioso trasero.


–Si no, te habrías metido en un lío monumental –añadió él
mientras la llevaba al dormitorio.


La tumbó en la cama y la miró con un brillo tan malicioso
que ella se preguntó si debería salir corriendo. Él la agarró de un tobillo y se puso encima antes de que pudiera decidirlo.


–Sin embargo, todavía espero una respuesta –la agarró de
las caderas y le pasó la erección por el abdomen–. Más tarde.


–Eso, más tarde.


Le acarició los hombros y el cuello mientras él se ponía el
preservativo. Sería mucho más tarde. En ese momento, no
podía pensar en su propuesta. La agarró de las caderas y ella se incorporó para besarlo con voracidad. Entró tan profundamente que se quedó sin respiración. El placer la cegó mientras él acometía rítmica y devastadoramente. 


Ascendió a una velocidad de vértigo y las preguntas se esfumaron entre descontrol del éxtasis.



*****


–¿Qué me contestas de lo de la semana que viene?


–¿Mmm?


Él esperó con toda su alma que no notara cómo le latía el
corazón.


–Yo quiero más –él le dio un beso en la frente–. ¿Y tú?


Le sorprendía que tuviera que insistir. La posibilidad de que
lo rechazara le parecía inimaginable. No era tan arrogante como para creer que todas las mujeres querían acostarse con él, pero la sintonía sexual entre ellos era explosiva. 


Entonces, ¿por qué no le había dado una respuesta? ¿Había algún problema que se le escapaba? Además, ¿por qué la posibilidad de que hubiera algún problema le picaba la curiosidad más todavía?


Tenía unas dos semanas en Londres para reunirse con una
serie de compradores europeos y los abogados de su exesposa para vender Artisan y olvidarse del pasado definitivamente. Para un hombre que durante catorce años había trabajado unas dieciocho horas al día, y aprovechado al máximo las horas restantes, esos trece días se presentaban largos y aterradoramente aburridos. Además, que fuese Navidad no ayudaba nada. Toda esa falsa bondad y el consumo desaforado le ponía nervioso, y tener que soportarlo en el lugar del que había querido salir con todas sus fuerzas iba a complicar más las cosas. El lujo del Chesterton estaba a años luz del piso de protección oficial donde se había criado, había reservado la mejor suite precisamente para resaltar lo lejos que estaba de su desdichada y problemática juventud, pero se había marchado de esa ciudad por un motivo, y que Helena lo hubiese obligado a volver por su reciente intromisión en la empresa no había mejorado su estado de ánimo. Hasta que Paula irrumpió en su coche con un gesto de furia y sus preciosos pechos a punto de salirse del abrigo.


La agarró de la cintura y la zarandeó ligeramente.


–¿Qué me dices, Paula?


Se imaginó lo bien que podrían pasarlo y se preparó para
convencerla por todos los medios si no contestaba lo que él
quería. Las dos semanas siguientes serían todo menos aburridas con Paula en la cama, y no iba a permitir que le diera una excusa cualquiera. Sonrió de oreja a oreja porque sabía que era muy susceptible a su poder de persuasión. 


Bajó la cabeza para mirarla y la sonrisa se le desvaneció. 


Tenía los ojos cerrados y su respiración era un murmullo. Se había quedado dormida.






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