viernes, 1 de enero de 2016

CAPITULO 5




Pedro se levantó y pasó por encima de la mesita mientras su
invitada tosía. Se sentó al lado de ella y le dio una palmada en la espalda.


–Toma aire.


Paula tomó aire, dejó de toser y miró con cautela por
encima del hombro. Se estremeció cuando él le acarició la
espalda por encima del liviano vestido.


O era la mujer más fascinante que había conocido o estaba
loca, pero, fuera lo que fuese, estaba siendo una diversión
increíble. Además, su pequeño arrebato de furia le había
intrigado. No había conocido a nadie que llevara los
sentimientos tan claramente escritos en la cara.


Le habían acusado de cosas peores y había cometido casi
todas las cosas de las que se le había acusado. Por eso, en vez de sentirse ofendido por sus acusaciones, le halagaba de una forma extraña que le importara tanto aquella escena de la escalera y le sorprendía descubrir que al menos hizo una cosa bien cuando era adolescente.


–El vino se me ha ido por el sitio equivocado –comentó ella
poniéndose muy recta por el contacto de él.


–¿Qué decías del encaprichamiento? –preguntó él sacando
un pañuelo de papel de la caja que había en la mesita y
dándoselo a ella.


Ella lo miró con serenidad, aunque las mejillas sonrojadas
decían otra cosa.


–Creo que no hace falta reafirmar más tu vanidad –contestó
ella con cautela.


–Es posible –él volvió a recostarse con los brazos extendidos en el respaldo.


Estaba acostumbrado a que las mujeres se arrojaran en sus
brazos y era un poco perverso que la cautela de ella le pareciera estimulante.


–Sin embargo, tengo que reconocer que estoy maravillado –
siguió él–. ¿No eras un poco pequeña para estar encaprichada de mí?


–Tenía trece años –contestó ella con ese hipnótico brillo de
fastidio en los ojos.


–Vaya, eras una mujer muy mayor…


–Estaba enamorada –ella frunció levemente el ceño–. Al
menos, creía que lo estaba.


–¿Es una forma de decir que ya no estás encaprichada de
mí?


–Me empapaste con agua sucia e intentaste negarlo. ¿Te
parezco una masoquista?


Él se inclinó y le acarició una mejilla.


–Fue un accidente y acabé reconociendo mi error.


Ella miró hacia otro lado, pero no se apartó.


–Dime una cosa, ¿intentas besar a todas las mujeres que
conoces?


Él sonrió. Estuviese chiflada o no, su inocencia era
cautivadora.


–No –le pasó los rizos castaños por encima del hombro–. No
a todas.


–Sin embargo, has tenido que besar a unas cuantas si no
recuerdas quiénes son.


–¿Qué puedo decir? –él resopló–. Malgasté la juventud.


Había sido un joven irreflexivo que se aburría fácilmente y le
había parecido cómodo seducir a mujeres y olvidarse de ellas.


Ya no estaba orgulloso y, con el tiempo, se había dado cuenta de que la calidad era mucho más gratificante que la cantidad y de que había que deleitarse con las mujeres. 


Paula Chaves estaba convirtiéndose, a pasos agigantados, en una mujer con la que quería deleitarse. El único inconveniente era que no quería precipitarse y asustarla.


–Si te sirve de consuelo… –tomó un rizo con el dedo y lo
miró– te aseguro que ahora presto mucha más atención.


Ella se pasó la lengua por los labios para humedecérselos y
sintió una descarga eléctrica que le llegó a la punta de los pies.


–Siempre podemos intentarlo otra vez –comentó ella con
una sonrisa vacilante–. Si quieres.


–Me parece una buena idea… –murmuró él.


Le acarició la nuca con los dedos y le rozó los labios. No iba a esperar a que se lo repitiera.



*****


Paula le apoyó las manos en el pecho. Tenía los labios
firmes, ardientes y ávidos. Los músculos del pecho se le
contrajeron cuando se inclinó para ahondar el beso. La oleada abrasadora se extendió desde las entrañas hasta el último rincón de la piel. Él siguió acariciándole la nuca mientras le introducía la lengua en la boca y ella soltó un gemido. Se dejaron caer sobre los almohadones del sofá y el deseo se adueñó de ella. Hacía mucho tiempo que no la besaba un hombre, y, además, no recordaba un beso tan increíble como ese.


Él levantó un poco la cabeza y le mordió levemente el labio
inferior mientras la miraba a los ojos tomándole la cara entre las manos con una sonrisa.


–Gracias, me ha gustado –comentó él con la voz ronca–.
Hacía mucho tiempo…


–Yo también –aunque no se creía lo de él. Alguien que
besaba así tenía que practicar habitualmente–. Quería hacerlo desde que te vi besar a Jenny.


Él le acarició una mejilla y le pasó el pulgar por el labio
inferior.


–¿De verdad?


Ella se incorporó. ¿Por qué le había dicho eso?


–¿He cumplido las expectativas? –preguntó él acariciándole
un muslo.


Ella asintió con la cabeza para que no supiera exactamente
hasta qué punto la había alterado con un beso. Solo conseguiría parecer más penosa.


–Desgraciadamente, tengo un compromiso… –él se miró el
reloj–. Dentro de media hora. Si no, podríamos llegar más lejos.


–No pasa nada.


Debería haberse sentido aliviada. Estaba dejándola con
delicadeza. Sin embargo, se sentía decepcionada. ¿Qué quería decir con «más lejos»? ¿Hasta dónde?


Él cambió de posición, pero siguió acariciándole el muslo.


–Podrías esperar hasta que volviera. Aunque podrías
aburrirte –le pasó la mano por debajo del borde del vestido y
ella se estremeció–. No me gustaría que te aburrieras.


¿Cómo iba a aburrirse si estaba a punto de explotar por
dentro?


–No entien…


–También puedes acompañarme –le interrumpió él.


Ella estaba sin aliento. Intentaba concentrarse en lo que
decía él, pero era casi imposible, cuando le hacía círculos con las yemas de los dedos en la pierna. El sexo le palpitaba y anhelaba que subiera y la acariciara ahí.


–¿Adónde? –consiguió preguntar ella como si quisiera seguir
con la conversación.


–Al restaurante Blue Tower –murmuró él.


El pulgar alcanzó el borde de las bragas, entró un poco y ella
dejó escapar un jadeo entrecortado. Le clavó los dedos en los hombros con miedo de caerse del sofá. Sus ojos verdes la miraron con los párpados entrecerrados.


–Yo no…


Se inclinó hacia él. ¿Qué estaba pasando? ¿De qué estaban
hablando? Él le tomó la cara con una mano y volvió a besarla con voracidad. Sintió el pecho duro contra sus pechos y los pezones se le endurecieron.


–Di que sí, Paula –murmuró él mientras le introducía los
dedos por debajo de las bragas.


–Sí –dijo ella casi con impaciencia.


–Perfecto, estás muy húmeda –introdujo un dedo entre los
pliegues inflamados y le acarició el clítoris con el pulgar–. Eres maravillosa.


Se puso a horcajadas encima de él, clavó las rodillas en el
sofá y le rodeó los hombros con los brazos mientras seguía
volviéndole loca con los dedos. No podía ni hablar ni pensar ni respirar. Solo podía sentir el placer entre las piernas y toda la extensión de su erección, apresada en el pantalón, contra la cara interior del muslo. Se restregó contra ella anhelando tenerla dentro.


Él apoyó la cabeza en el respaldo mientras ella gemía.


–No pares, por favor.


–No voy a parar –replicó él acariciándole la mejilla con el
aliento.


No paró y los espasmos de un clímax incontenible le
arrasaron hasta el rincón más recóndito de su ser.


–Déjate llevar, Paula.


El orgasmo explotó como la traca final de unos fuegos
artificiales. Oyó que alguien gritaba mientras la oleada de placer la arrastraba. Era alguien que parecía ella, pero que estaba a miles de kilómetros. Entonces, deslumbrada y desorientada, escondió la cara en el cuello de él.


–Bombonazo –susurró ella.


–¿Qué me has llamado?


Paula se incorporó, se puso rígida y vio la sonrisa burlona
de él. ¿Lo había dicho en voz alta?


–Me ha parecido que has dicho «bombonazo» –añadió él.


–¿De verdad? –preguntó ella tapándose las mejillas con las
manos.


–Interesante –murmuró él sin dejar de sonreír–. ¿Qué
quiere decir?


Ella se bajó de su regazo, se bajó la túnica e intentó pensar
con claridad mientras miraba la impresionante protuberancia
que se veía debajo de sus pantalones.


–Quiere decir que…


Se sonrojó y no pudo seguir. ¿Cómo le agradecía a un
hombre que le hubiese proporcionado el orgasmo más increíble de su vida? Nunca lo había tenido tan deprisa y tan intenso, y menos con un hombre con el que no tenía una relación.


–Quiere decir que ha sido impresionante. Gracias.


–El placer ha sido mío –replicó él extendiendo los brazos por
el respaldo del sofá.


–Lo siento. Tú no… –ella le miró la erección y se preguntó si
debería hacer algo–. ¿Quieres que yo…?


Él le levantó la cara con un dedo debajo de la barbilla para
que lo mirara a los ojos.


–No importa, Paula. Ya no tengo quince años y puedo
esperar –le dio un beso en la punta de la nariz y se levantó–. Los dos vamos a tener que esperar. Ya llegamos tarde.


–¿Tarde? ¿Adónde?


En vez de contestar, la agarró de las manos y la levantó.


–Si quieres hacer lo que hagáis las chicas en el cuarto de
baño, adelante –él le dio una palmada en el trasero–. Es por ahí.


–Sí, pero ¿adónde vamos? –preguntó ella.


Él le apartó el pelo de los hombros y le dio un beso en el
cuello.


–Al Blue Tower.


–Pero yo…


Ella no había accedido. No podía concentrarse, solo podía
sentir sus labios debajo de la oreja y la intensidad de las
sensaciones que le bajaban por la espina dorsal. Llamaron a la puerta justo cuando le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.


–Debe de ser tu ropa. No te entretengas. No es cuestión de
llegar tarde.



***


Una vez en el lujoso cuarto de baño, dejó el bolso en el
lavabo y se miró al espejo que cubría una pared. Casi no se
reconoció. Tenía el pelo enmarañado, las mejillas sonrojadas, los labios inflamados y las pupilas tan dilatadas que los ojos, en vez de azules, parecían negros. Parecía una mujer plenamente satisfecha y seguramente lo estaba, pero tenía que pensar con claridad o intentarlo al menos mientras las endorfinas todavía le nublaban el cerebro y el sexo todavía le palpitaba por las caricias increíblemente diestras de Pedro Alfonso.


Desenvolvió una pastilla de jabón y se lavó las manos y la
cara con agua fría. Se secó con una toalla, se peinó con los
dedos y volvió a mirarse al espejo. Todavía parecía
deslumbrada, pero las mejillas ya no estaban rojas y las pupilas se habían achicado bastante.


Muy bien, ¿qué había pasado? No era frígida ni nada
parecido. Le gustaba el sexo agradable, tranquilo y predecible con un hombre al que quería y respetaba, aunque, al final, resultase que él no se lo merecía. No tenía relaciones sexuales ardientes y desenfrenadas con un hombre que era casi un desconocido. Sin embargo, no podía negar que eso era lo que acababa de hacer con Pedro Alfonso.


Habían estado hablando tranquilamente y, acto seguido, se
habían besado y ella le había pedido que la arrastrara al
orgasmo más devastador de su vida. ¿Cómo había sabido él
dónde y cómo acariciarla? ¿Cómo había sabido tan
instintivamente lo que necesitaba cuando ella misma no lo
sabía? Antes de montarse en el coche de Pedro Alfonso esa tarde, solo había tenido dos novios, dos hombres con los que había tenido intimidad sexual. Los había conocido durante semanas, meses incluso, antes de plantearse siquiera dar el paso siguiente, cuando se había convencido de que estaba enamorada. Ninguno de los dos había conseguido que perdiera la cabeza como lo había conseguido Pedro Alfonso con solo tocarla.


En realidad, tanto Lucio como David se habían quejado en
algún momento de que no era espontánea. Tragó saliva. En el sofá de Pedro no había sido solo espontánea, había estado a punto de estallar de espontaneidad. En menos de una hora estaba a horcajadas encima de él y retorciéndose como una poseída.


Abrió el bolso, sacó el móvil y buscó el nombre de Nadia.


Necesitaba el consejo de alguien experto.


–Nadia, estoy metida en un lío –susurró ella.


–¿Qué tipo de lío?


–¿Te acuerdas de Pedro Alfonso? Un chico del colegio.


Se hizo un breve silencio, hasta que Nadia dejó escapar un
ronroneo.


–Claro, Pedro el Hacha. Tenía un trasero precioso con
vaqueros negros. ¿Por qué?


–Me lo he encontrado esta tarde. Estoy en su cuarto de
baño, en el Chesterton. Acabamos de… Bueno, no hemos tenido relaciones sexuales en su sofá, pero casi.


–¿Qué es tener casi relaciones sexuales? –preguntó Nadia
sin inmutarse.


–Tuve un orgasmo increíble –contestó ella sin entrar en
detalles–, pero él, no.


–Eso no tiene nada de casi –Nadia se rio con satisfacción–.
Vaya, la pequeña Paula se ha buscado por fin un bombonazo.


–Ni se te ocurra volver a hablar de bombonazos. Estoy
metida en un lío y tienes que sacarme.


–A mí me parece un lío que no está nada mal.


–Me ha pedido que salga con él esta noche –siguió Paula
sin hacer caso del comentario de Nadia–. Al Blue Tower. Se
sobreentiende que luego, cuando volvamos, llegaremos más
lejos, mucho más lejos.


–¿No quieres llegar más lejos? –preguntó Nadia.


–No es que no quiera –claro que quería–. Es que no sé si
debo. Nunca he tenido una aventura de una noche. Además,
¿qué pasaría si quisiera algo más que una aventura de una
noche? No estoy preparada para tener otra relación. Sobre
todo, con un hombre que…


–Pau, no sigas. Estás dándole demasiadas vueltas. ¿Lo
pasaste bien?


–Si, pero…


–Pero nada –le interrumpió Nadia–. ¿Está presionándote
para que le hagas lo mismo? No debes sentirte obligada a
devolverle el favor.


¿Se sentía presionada y obligada a devolverle el favor? La
había apremiado para que lo acompañara a un restaurante de moda, pero parecía muy tranquilo en lo relativo al sexo. 


Aunque la erección era más que patente, no había querido que ella hiciera nada. Se estremeció al acordarse de esa protuberancia larga y gruesa que se le había formado debajo del pantalón. La verdad era que si hubiese querido, no habría tenido que insistir mucho.


–No, creo que no –contestó ella al cabo de un momento.


–Muy bien. Entonces, ¿cuál es el problema? Has tenido un
orgasmo increíble, puede haber más y él no está obligándote a que hagas algo que no quieres hacer.


–No lo entiendes. El problema no es él, soy yo. No sé qué
me pasó. Me besó y acto seguido yo estaba… Perdí el dominio de mí misma. Era como si no pudiera parar. Todo fue muy rápido. Nunca me había sentido así. Me asusté.


–Bienvenida al club –replicó Nadia entre risas.


–¿Qué club?


–El Club del Sexo Increíble de Verdad. Ya iba siendo hora de que te hicieras socia.


–¿Cómo ha podido ser increíble de verdad cuando es un
desconocido?


–Porque algunas veces, se trata solo de sexo. Tenías ganas y él también. Los dos sois jóvenes y libres y ha habido sintonía. Algunas veces, no hace falta nada más.


Paula oyó que llamaban a la puerta y casi se le cayó el
teléfono.


–Paula, se te ha acabado el tiempo –le anunció él desde el
otro lado de la puerta.


–Es él –susurró ella al teléfono–. ¡Un segundo! ¡Estoy
terminando de maquillarme!


–Tengo tu ropa.


La puerta se abrió y ella se escondió el teléfono detrás de la
espalda. Se había quitado el traje y se había puesto un jersey negro de cuello redondo y unos vaqueros azul marino. También se había afeitado. El mentón parecía más afilado y el hoyuelo de la mejilla más profundo. Dejó el abrigo doblado en el tocador con una bolsa que tenía el logotipo de una boutique muy exclusiva.


–Tu abrigo. Las botas están fuera. No podían lavar las mallas a tiempo y he pedido otras –él sonrió al mirarle las piernas–. El coche llegará dentro de cinco minutos.


–Espera –le pidió ella cuando se dio la vuelta para
marcharse–. ¿Hay que ir bien vestido? No me han invitado.


Él esbozó una sonrisa tan sensual que ella agarró con todas
sus fuerzas el teléfono.


–Yo te he invitado.


Le acarició la barbilla con un pulgar y la besó fugaz y
abrasadoramente en los labios.


–Además, vas bien vestida.


Él se marchó del cuarto de baño y ella soltó el aire que
contenido. Entonces, cuando la puerta se cerró, se dio cuenta de que no había contestado a ninguna de sus preguntas. Oyó la voz de Nadia y se llevó el teléfono al oído.


–Creo que acabo de aceptar ir –murmuró ella con una
mezcla de espanto y emoción.


–No lo digas así. Solo tienes que relajarte, coquetear,
disfrutar y que el bombonazo te enseñe todo lo que se necesita para ser socia del club.


Paula se despidió, guardó el teléfono y sacó el maquillaje
de emergencia. Tomó aliento. Podía relajarse, coquetear y
disfrutar, no era muy difícil. Sin embargo, estuvo a punto de
sacarse un ojo con el perfilador de lo que le temblaban las
manos.









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